martes, 11 de enero de 2011

For the heart I once had



Soy un monstruo, lo sé, siempre lo he sabido desde el mismo día en que nací. Mirando mí reflejo distorsionado en la copa de cristal con los sonidos de llanto del hermoso muchacho en mis oídos por fin me hago consciente de esa realidad palpable, pero no me importa, ya no quiero ser humano, los humanos luchan, sufren y mueren, yo estoy por encima de eso, por encima del amor… el amor… tan solo un sentimiento, algo tan pequeño y frágil, y que sin embargo hacía tanto daño, pero ya no siento amor, en realidad ya no siento nada.

Levanto la copa observando tenuemente el brillo de mis ojos azules reflejado durante apenas un instante en el líquido carmesí que estoy a punto de ingerir, mientras mis pestañas blancas los hacen brillar fantasmalmente sin embargo eso, como todo lo demás, resulta irrelevante. Bebo de un trago el contenido del recipiente acercándome poco a poco hasta el crío que lloriquea en una esquina, lo levantó tirando de su pelo pero al mirar sus ojos no soy capaz de terminar lo que había empezado al cortarle en la muñeca, aquellas pupilas son demasiado parecidas a las suyas, cierro los ojos y cuando los abro de nuevo sé lo que tengo que hacer, saco a empujones al chico de mi casa dejando que huya aterrado.

Cuando vuelvo a la sala que hace las veces de comedor en el peor sentido de la palabra no puedo evitar reflejarme en el espejo, durante un momento me detengo a examinar los rasgos que durante mucho tiempo he rechazado volver a ver, sigo igual que hace cincuenta años, nada ha cambiado excepto la largura de mi cabello, este continúa blanco aunque ahora llega hasta por debajo de la cintura, siempre recogido en una coleta, mi piel perlada parece brillar como mis ojos del color del cielo. A causa de mi tono capilar cuando me vieron por primera vez me llamaron ángel, pero cuando me conocieron me llamaron demonio. Y eso es lo que soy, un demonio sediento de sangre.

Me doy la espalda y camino de vuelta a mi asiento, la habitación está vacía salvo por la mesa, la butaca y el marco. Este rodea su imagen perfecta, su cabello dorado, sus ojos verdosos y su eterna sonrisa, esa que me hizo creer que podía llegar a ser una persona, pero ya no importa, ya no está para convencerme de esa mentira.


Despierto, no sé cuanto he pasado durmiendo pero no me importa, el tiempo no significa nada para mí, décadas, siglos, milenios, todos tienen el mismo sentido si él, es decir, ninguno. Veo a través del sucio cristal de la ventana que está anocheciendo, por la posición de la luna deduzco que han pasado un par de días, eso quiere decir que la hora ha llegado. Me quito la capa y la chaqueta quedándome tan solo con la camisa y el chaleco, salgo de la mugrienta casa en la que he vivido estos últimos años, no pude soportar ver vestigios suyos en cada esquina del que fue nuestro hogar, otra cosa buena que tiene esta casa es que está muy cerca de la que es su última morada.

Andar entre las tumbas y mausoleos me relaja, y me prepara para llegar hasta él. Al hacerlo me arrodillo y agacho la cabeza tratando de derramar lágrimas, pero mis ojos son incapaces de hacerlo, en su lugar solo me queda gritar todo mi dolor, pero pronto descubro las respuestas a todas mis preguntas. Estoy listo para decir adiós.