Amor mío, ¿dónde te
escondes?
Echo de menos tu dulce
peso sobre mi cuerpo.
No me importaría
convertirme en tu pendiente si así pudiera permanecer siempre a tu lado, eres
mi corazón entero, incluso hasta mi alma.
Un alma que se desgarra
cada vez que despego mis ojos de tu figura, y desearía tanto no pensar solo en
ti, pero eres como un mal sueño, como una hermosa pesadilla que me invade y me
acosa, que ya forma parte de mí.
Las palabras sin acabar llenan mi boca sin
llegar a componer una frase, solo puedo mirarte, estoy hechizado, conquistado,
subyugado incluso.
Te amo tanto que si tu
corazón dejara de latir en este instante, el mío se rompería para siempre. Pero
también te odio, te odio con pasión, eres un fuego que me quema, que se esconde
dentro de mí y posee mi voluntad.
Caigo en la oscuridad
cada vez que desapareces, entonces, cuando vuelves, solo puedo aferrarme a tu
turbia luz, a tu llama corrupta.
Te amo, más que a mi
propia vida. Te odio, tanto como a mí mismo.
Me has convertido en un
cuerpo sin intención que mendiga tu amor mezquino, tu lujuria, tu figura
embriagante. Estoy tan necesitado de ti que no puedo dormir si no estás a mi
lado, pero aunque necesite tu aroma, tu tacto, me repele tu sonrisa, la que
demuestra que no eres más que un demonio que me absorbe la vida.
Quiero correr lejos de
ti, aunque no hay marcha atrás, no queda nada de mí, ahora solo soy tu
marioneta, tu muñeco privado. Quiero ser como las rosas que crecen libres en el
jardín, pero cuando me miras, sé que no puedo huir, así que enséñame quien soy,
mi amor, porque estoy atrapado en tu tela de araña para siempre.
Te has ido y no puedo encontrarte. En vela, admiro la luna deseando convertirme en uno de sus rayos, deseando volver a la luz. Entonces me retiro de la ventana, sé que es imposible, porque en el fondo, muy en el fondo, quiero seguir a tu lado, envuelto en ti.
Te has ido, y hasta que
regreses, seguiré muriendo cada día.